A veces en Facebook y sus mil millones de muros se puede encontrar información interesante y, sobre todo, opiniones valiosas que suscitan debates o intercambios de nivel. Recientemente, Cecilia Espósito, reconocida editora de libros electrónicos, dejó en su muro la pregunta ¿las editoriales importan o no al fin y al cabo? Esta estimuló una serie de comentarios que oscilaron entre el reconocimiento de la importancia del sello editorial para el lector y la convicción de que este no se percataba de quién había publicado los libros que compraba.
Resumiendo muchos de los comentarios, la mayoría de los lectores no se percataría de que la calidad de la edición depende de la editorial que publica el libro, por lo tanto no le darían mucha importancia a quién o quiénes publicaron ese libro que tiene ante sus ojos. Eso significaría que los lectores no tienen la formación ni la experiencia necesaria para apreciar ese dato, el nombre que está detrás de determinada calidad.
Sin embargo, hubo quienes no estuvieron de acuerdo con este punto de vista y plantearon el caso de las editoriales medianas y su público de fieles lectores. En este caso, cabría decir que quizás lo que esté ocurriendo sea lo mismo que pasa con la pequeña librería de barrio, el sello discográfico independiente o el queso artesanal que elaboran en una granja a «20 minutos» de casa: una identificación con los valores que esos proyectos medianos (también pequeños) representan, como independencia, irreverencia, resistencia y alguna otra palabra terminada en el sufijo -encia. Es decir, que la fidelidad no se lograría solo por el aprecio a la calidad de la edición sino también debido al aura del sello editorial. Un sello como Siruela, de gran calidad, tuvo un aura que en parte se perdió cuando el conde la vendió y que Atalanta, su nuevo sello también de calidad, no ha logrado tener del todo. Así que la editorial sí importa, aunque los lectores no sepan por qué.
¿A quién le importan las editoriales?
1 JunTaller
4 MarPara que lean los que no leen
Breve taller sobre lo que la lectura no es y lo que sí puede llegar a ser para niños y jóvenes
Este es un taller dirigido a docentes, bibliotecarios, padres y todos aquellos interesados en los libros y la lectura en el que repasaremos algunas de las ideas que se tienen sobre la lectura, los libros y los lectores para tratar de entender en qué nos hemos estado equivocando.
Dictado por Leroy Gutiérrez
Martes 19 de marzo
De 17 a 19 horas
Kalén Juguetería (Brandzen 2006, casi Pablo de María)
Montevideo, Uruguay.
Gratis
Cupo limitado
Inscripciones: leroy.gutierrez@gmail.com
El mercadeo aplicado a los títulos
15 FebDurante el siglo XX la Economía se convirtió en la disciplina reina; en el siglo pasado todo podía explicarse y entenderse en términos económicos. Lo humano y lo divino respondían a las leyes económicas y la vida y sus complicaciones podrían reducirse a una sola idea: mercado. Tras pocos años de haberse iniciado el siglo XXI las cosas no han cambiado, el saber económico sigue mandando y los economistas no han perdido su estatus de adelantados a pesar de que ha quedado en evidencia de que lo suyo no es una ciencia exacta y que predecir el futuro no es potestad de los seres humanos, ni siquiera de los economistas.
Pero junto a la Economía también se encumbraron otras disciplinas o técnicas como la estadística y el mercadeo. La estadística lo mide todo, desde la felicidad hasta nuestras tendencias nutricionales y no importa que esta pueda usarse para justificar casi cualquier cosa. El mercadeo ha desplazado al arte de la retórica en su propósito de persuadir al otro y todas las manifestaciones de la sociedad son mercadeables, desde la política hasta el arte; de hecho, lo que no es susceptible de ser mercadeado carece de un espacio
Por ello no es raro que también los títulos de los libros sean pasados por el tamiz del mercadeo. Tal es así que Rob Eagar, consultor de mercadeo y fundador de WildFire Marketing, una consultora que se propone ayudar a autores y editores a que las ventas de sus libros sean como un gran incendio (wildfire), creó un test de cinco preguntas para evaluar la efectividad del título de un libro y asegurarse de que sea un título matador (a killer title).
Aunque se trata de un five-question test, realmente se formulan algunas preguntas más, entre las que se destacan: ¿es pegajoso, recordable y fácil de decir en voz alta?, ¿genera curiosidad?, ¿Hay una promesa implícita o una respuesta a la pregunta fundamental de los lectores “qué hay en él para mí”?, ¿se sentirían atractivos los lectores si alguien los ve leyendo un libro con ese título? –olvida que los ebooks no permiten ver el título– y, la mejor, ¿el título ayuda a construir la marca del autor y posibilita la generación de recursos derivados, tales como un acuerdo para múltiples libros para un novelista (por ejemplo, una trilogía) o evaluaciones, seminarios, tutorías y curriculum para un autor de no ficción?
Puede que este test sea efectivo para evaluar los títulos de libros escritos con la pretensión de que se conviertan en un súper ventas, pero es difícil imaginar a un autor y tan siquiera a un editor aplicando a un título valoraciones de este tipo. ¿Qué habría pasado con títulos como Maldición eterna a quien estas páginas (Manuel Puig), Caza de conejos (Mario Levrero), El club de la pelea (Chuck Palahniuk), Ante el dolo de los demás (Susan Sontag) o ¿Quién se ha llevado mi queso?, reconocido best-seller donde los haya.
El poco atractivo La insoportable levedad del ser (Milan Kundera) seguramente no habría pasado el test de Eagar y, atendiendo a sus sugerencias, habría tenido que cambiarse por Las mujeres son de Venus y los hombres son de Marte, a pesar de que, claro, este no diría mucho sobre el contenido del libro y el título verdadero no impidió que la novela tuviera éxito en numerosos países; hasta hubo una versión cinematográfica. Quizás los editores en español de los exitosos libros de Malcolm Gladwell tenían en mente estas preguntas cuando tradujeron The Tipping Point (el punto de inflexión), el título del primer libro de este periodista, como La clave del éxito. El que lea el libro de Gladwell se dará cuenta de inmediato que no solo el título en español no guarda mayor relación con el libro sino que, incluso, lo sitúa erróneamente en las categorías gerencia y autoayuda.
No se trata de demonizar el mercadeo ni refugiarse en un monasterio lejos del mundo consumista, pero no todo se puede reducir a fórmulas y los lectores no deben ser subestimados; hay gente capaz de comprar libros a pesar de sus títulos bochornosos o extraños.
La crisis está en otra parte
8 FebLos mitos, como los lugares comunes, tienen vida eterna. No importa cuánto tiempo pase ni cuántas evidencias los desmientan o aclaren, siguen influyendo sobre cómo la mayoría se relaciona con la realidad. A pesar de que Walter Raleigh fue el último (1617) de sus célebres perseguidores, el mito de El Dorado sigue formando parte de la visión que se tiene de América Latina.
Aunque la idea de una ciudad dorada resulte hoy día ridícula, para muchos América Latina es una región de vastas riquezas en la que el futuro está por construirse y que, a diferencia de la vetusta Europa, se encuentra al margen de los problemas que agobian a las envejecidas sociedades occidentales.
Así, cuando en España la industria editorial parece haber tocado fondo –las ventas de ejemplares disminuyen, las librerías cierran, las bibliotecas tienen presupuesto cero y la descarga de libros electrónicos no despega–, todavía queda la América dorada para seguir soñando que un mundo de grandes tiradas, jugosos adelantos y ventas de un millón de ejemplares son posibles. Y es que con los cambios experimentados por la economía mundial el mito de El Dorado sufrió una pequeña variación dejando de hacer referencia a la búsqueda de un lugar pletórico del recurso más apreciado de todos para hablar del arribo a un mercado inexplorado y en continua expansión.
En cualquiera de las dos versiones del mito, se mantiene intacta la idea, el anhelo, de un lugar en el que reside la utopía, el tiempo del sueño, la tierra de nunca jamás, donde todo es posible, hasta que se pruebe lo contrario. A los editores europeos, grandes y chicos, América Latina les permite seguir pensado que sus prácticas no deben cambiar, que tan solo hay que enfocarse en un nuevo mercado, como si el problema fuera solo económico –¿se les olvidó que América ha vivido en crisis desde siempre?– y no, por desgracia, multifactorial.
Pensar que el buen momento económico de cualquier país o región se traduce literalmente en un buen momento para la cultura, es estar convencido de que las personas no consumen cultura por falta de dinero. Lamentablemente, economía y cultura no se llevan bien, y más dinero no hace más ávidos de cultura a sus ciudadanos; lo único que ocurre cuando se tiene más dinero a disposición para gastar es que se puede escoger entre más opciones para gastarlo, que no necesariamente pasan por los libros y las entradas al teatro.
Mitificación del mercado
La mitificación de América Latina como mercado siempre disponible es lo que probablemente explique por qué solo es noticia cuando una librería cierra en España y no en América Latina. Acá no solo también cierran librerías –quedando cada vez menos– sino que tampoco hay presupuesto suficiente para las bibliotecas públicas –donde las haya–; las grandes cadenas y los hipermercados hace tiempo que venden libros como en Europa y, por si no fuera suficiente, la diversidad solo está en el Amazonas, pues cerca del 80 por ciento de los títulos disponibles son importados, desde España, y pertenece a los grandes grupos editoriales. Además, por si quedara alguna duda, las editoriales de acá no exhiben un comportamiento muy distinto a las de allá: todavía es reciente el abandono del Grupo Norma de su catálogo de literatura.
Pero los europeos no son los únicos que participan de la mitificación de la región, los americanos, como si no nos tomáramos en serio nuestras crisis, no entendiéramos los que nos pasa o, frívolos, estuviéramos siempre dispuestos a complacer al otro, estamos contentos de asentir cuando se afirma que el presente de la industria editorial en español depende de nosotros y miramos para otro lado para no ver nuestra realidad.